sábado, 30 de junio de 2007

La noche y el día

La noche cifrada de infinitas estrellas domina el pernoctable paraíso que nos rodea y junto con él, todo lo invisible que somos, porque así como nos sentimos, éramos irresistiblemente pendencieros y groseramente arrogantes... la luna, acurrucada en su destino de cuarto menguante espera una ocasión para salir jubilosa, coqueta y a mostrarnos el camino a la victoria, la nieve a su vez, no tan congelada como de costumbre, nos permite a su paso hundirnos no mas de lo cotidiano y no más de a lo que estamos acostumbrados, eso mantiene en vilo nuestra la fe y nos deja pretender seguir adelante, nos trae la ola de recuerdos de una infancia precoz y vulnerable a los golpes políticos de un país desangrado por la voluntad de unos tristes galifardos que despedazaron nuestra economía en su ambición por hacerse ricos, poderosos y poseer sus propios perro de raza fina que les orinen en los pantalones, para decir, "oye perro concha tu madre". La naturaleza es nuestro testigo y nos observa avanzar victoriosos al infinito, a un destino antojadizo y burlesco que nos ultraja la ilusión y premia el desperdicio, en nuestro camino encontramos amigos extranjeros, unos bajan, otros suben, mientras que otros caen y mueren, los que se quedan sentados se duermen y en la mayoría de casos también mueren; pero nosotros seguimos adelante mirando el amanecer y extrañando a la luna ya tan escondida, tan cobarde que apenas y nos saco una lengüita de brillo que nos permitió subir unas horas, con lagrimas a cuestas y una mochila de mierda que pesa como la puta madre, y que es donde llevamos la vida, la gloria y nuestras herramientas para subsistir... En fin, llegamos a la cumbre y estamos casi completos, solo murió nuestra amiga la pena que nos siguió hasta el final, jodiendo y jalándonos hacia abajo, quería matarnos la muy puta, pero ya se fue rebotando y cavilando en que será para la otra, cuando nos enfrentemos a un nevado mas complicado, de esos que dan miedo solo mirarlos, jaja. El grito de cumbre se escuchó hasta en el campamento base, lo teníamos bien guardado en el diafragma y lo soltamos inmaculadamente limpio, sin gallos ni tartamudeos propios del frío intenso de los 6mil metros sobre el nivel del mar, gritamos más fuerte que cuando vimos una violación de 9 minutos en el cine.

Somos los pastores de la montaña, los que esperan que crezca vida en las nieves, los que sueñan con olas de hielo, detenidas en la inmensidad de un mundo congelado y vertical, somos los mismo jilgueros que alguna vez vieron el ocaso y le cantaron alegres al color naranja con el que se tiñeron las cumbres escarchadas...

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