jueves, 12 de junio de 2008

Colombia

Normalmente tengo una excelente memoria para recordar nombres, caras o conversaciones; por eso me resulta curioso el hecho de no recodar el nombre de aquella chica liberal, de tez clara, contextura gruesa para ser colombiana y un cabello que entre largo y corto era lo que menos me llamo la atención de ella… A veces pienso que nunca me dijo su nombre, pero luego retrocedo y recuerdo que si lo hizo, además de vivir en un lugar llamado Apartadó -cerca a la frontera con Panamá-, que allá tenía un amigovio (mitad amigo, mitad novio), que siempre hacia ese recorrido de Cali a su ciudad.

Y fue hace 4 años cuando pasó, y salvo ese maldito nombre que no recuerdo tengo todo en la memoria, tan perfectamente detallado como si lo hubiera vivido ayer… Yacía en Colombia, balanceándome dentro del tipo de buses que caracterizan a lo que fue la antigua Nueva Granada, abotonándome el ceñido jean desabrochado por ella en medio de aquella confusión de manos y genitales del cual habíamos sido víctimas... Hacía apenas un par de horas que la había conocido; habíamos visto en el viaje a Jim Carrey en “Mentiroso, mentioso”, se había recostado sobre mi hombro por sugerencia mía y habíamos además conversado en los momentos de más aburrimiento durante la proyección de ese conglomerado de escenas que en otra oportunidad me habrían hecho cagar de risa. Hablamos desde el principio con esa curiosidad que existe en los intercambios culturales de 2 países vecinos pero nos distanciaba un mar de costumbres citadinas que contrastaban como el negro del blanco... los comentarios de la Colombia alegre y liberal y del Perú conservador y criollo, matizaron armoniosamente los ímpetus escondidos de recorrer con los dedos la piel ajena... Acabada la película y dormidos muy juntos pero sin abrazarnos, reposamos con la comodidad de quien cierra los ojos sin dormir durante un viaje de varias horas, segundo a segundo y con el correr de las horas los rostros acercándose mutuamente hacen contacto a la altura de los labios; un jugueteo sencillo dan paso a un apretón de cara y conviertan los movimientos en una fogosa y desesperada búsqueda del placer ajeno, las prendas presas de jalones frenéticos comienzan a desprenderse de sus botones y la piel erizada genera convulsiones reprimidas que dan pie al entumecimiento y el endurecimiento de las zonas erógenas... El contacto de mi pétrea masculinidad con su mano, me produjo la sensación de un niño ultrajado por décadas de improvisada experiencia, y en mi momento de duda –que ella advierte con mañosa intuición- se detiene y me hace una muy conocida pregunta a nivel teórico...
-¿Muy rápido?
-Me parece que si –respondo mientras se fusionaban la vergüenza y el éxtasis-
-No te preocupes, podemos ir de pocos...

Me soltó el pene y seguimos conversando acerca de mi ficticia novia, aquella misma que le inventé, la que supuestamente me estaba esperando en Medellín, la misma con la que me iba a casar algún día del presente año -ya sea en Perú o en Colombia-, la misma que tenia que ir a recogerme al terminal, con la me daría un beso a penas llegue, esa misma que era dueña del departamento donde me iba a hospedar... toda un galería de mentiras para no quedar como un perfecto huevón... De haber sabido que la puta con quien me conocí en “La sucursal del Cielo” iba a terminar plantándome de esa inicua y descarada manera, hubiera aprovechado aquel potencial momento de copula... Y así pues, que mientras la gente dormía plácida y no tan plácidamente en el bus que nos trasladaba a la 2da ciudad de Colombia, yo tuve mi momento que empezando en un mar de gozo, ilusión y frenesí... terminaría convirtiéndose en el océano de ignominia que me marcaría para el resto de mi vida...